Artículo: Dalia Alonso
@mmelumiere
«Todo está lleno de dioses», decía Tales de Mileto. «Numen in est» («aquí habita una divinidad»), decían los romanos, refiriéndose a la costumbre antigua de asociar todo elemento (un lago, una piedra, el viento) a un dios. Las antiguas civilizaciones, para las que el agua era tan importante, no dudaron en llenar los océanos de deidades grandes y pequeñas. ¿Cómo no imaginar, ante la inmensidad rumorosa del mar, toda una civilización subterránea de dioses? Recorrer los océanos es recorrer su divinidad, tanto si hablamos de mitología sensu stricto como si nos dejamos llevar por los misterios de la Historia y grupos como los Pueblos del Mar o los piratas, que casi han trascendido al plano mitológico.
Imposible no fondear en este viaje en Grecia, donde el mar Mediterráneo y sus otros rostros (el Egeo, el Adriático) tuvieron un papel definitorio en su civilización y en su literatura. Los griegos hablaban de Océano como un titán, hijo de Urano y Gea, y también como un gran río que conectaba todas las partes del mundo. Pero, sobre todo, hablaban de las aguas que rodeaban su península y sus islas como de un elemento primordial para su cultura y pensamiento. Tales consideraba que el agua era el inicio de todas las cosas y, para una civilización de arraigo tan marítimo en su sociedad, en su política y en su economía, no es de extrañar que el mar fuera un elemento poderosísimo de la mitología y de la historia de su literatura y religión.
Entre los griegos, nunca como en el mar «somos testigos del anhelo y de la potencia de los dioses, de sus milagros, de su gracia, de su hermosura y de su ira», como indica Aurora Luque en su libro Aquel vivir del mar: el mar en la poesía griega (Acantilado). Del mar nace Afrodita, entre espuma y sexo: el mito cuenta que la diosa surgió a partir de los testículos cortados de Urano que, al caer al océano, se mezclaron con el agua dando lugar a la madre de los Amores. En el mar habitan, también, millares de personajes a medio camino entre criaturas y deidades, como las Nereidas, ninfas acuáticas que solían ayudar a los marineros del Mediterráneo, o los ancianos hombres del mar, como Proteo, dioses menores que tenían el don de la profecía y de la metamorfosis.
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