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Viene de «Ajedrez con loas, diatribas y prohibiciones: Boccaccio y Petrarca por caso discreparon sobre el valor del juego (1)»

Si para Dante Alighieri, alguien que no dejó en la Divina Comedia de mentar la leyenda de la creación del ajedrez (la de la recompensa de crecientes granos de trigo por cada escaque del tablero como recompensa para su creador), la oposición entre razón y pasión hace que esta sea preferible en tanto fiel consejera, contrastante con un Platón para quien la razón debe gobernar la pasión. Petrarca decanta por la postura de que la razón no sirve para frenar al amor («che ‘il freno della ragion Amor non prezza»).

El amor es el continuo compañero del poeta, siempre presente, incluso después de la muerte de su amada Laura. Esa tragedia y ese fatalismo conducen a una suerte de pesimismo. Por caso, cuando utiliza la nave como metáfora de la vida, la navegación es siempre en invierno y con una fuerte tempestad que, naturalmente, está condenada a naufragar, estrellándose contra las rocas. En estas condiciones, su crítica ácida al ajedrez, no nos resulta extraña.

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